Futbolistas militantes
Editorial en elcorreodigital
La suspensión definitiva del partido que la selección vasca de fútbol debía disputar contra la iraní el próximo martes en San Mamés consuma el más grave acto de instrumentalización política del deporte, con efectos socialmente fraccionadores, desde que el País Vasco es una realidad institucional. Es cierto que Euskadi, como combinado futbolístico, surgió en 1937 con una clara finalidad propagandista. Pero aquel equipo, cuyo nombre consideran ahora inadecuado un grupo representativo de futbolistas profesionales, tenía como misión alentar simpatías y recaudar fondos en defensa de la República y la autonomía vasca tras el golpe de Estado. Por contra, la postura llevada al límite por esta élite de jugadores no sólo rompe una tradición recuperada, sino que se alinea con quienes han hecho de la denominación Euskal Herria un ariete para cuestionar el actual marco de convivencia. Es inobjetable el derecho a la libertad de expresión que asiste a cualquier ciudadano y su potestad para demandar el modelo de país que considere más conveniente, pero los futbolistas profesionales tienen una prevalencia social y una condición referencial que les responsabiliza en sus tomas de posición, y más si sus pronunciamientos los realizan como colectivo. Y en este caso, sea por convencimiento, gregarismo o dejadez, han añadido una carga más de confusión sobre una comunidad sobrada de elementos perturbadores.
Condicionar la celebración de un partido a la denominación de la selección -una disputa semántica ante la que la generalidad de la ciudadanía es indiferente-, rechazando el nombre oficial de la propia comunidad, es un acto eminentemente político y así debe ser entendido. Los firmantes del manifiesto han tenido tiempo suficiente para medir la reacción a su escrito y ver que quienes les respaldan no representan a la mayoría del pueblo vasco al que quieren representar, sino a las opciones más radicales y soberanistas. Su acción es, por tanto, un encuadramiento militante que desaira a buena parte de la sociedad e introduce un punto de fricción entre los propios aficionados de los clubes donde juegan. Vuelve, una vez más, a sorprender la incoherencia con que algunos futbolistas interpretan su dependencia sentimental, en función de si la motivación corresponde al terreno simbólico o al netamente profesional. Casi tanto como su capacidad para movilizarse por una causa tangencial y no hacerlo ante los problemas trascendentales de nuestra realidad, empezando, por supuesto, por el terrorismo.
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